Hace unos días seguía atenta una publicación del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, Chile), la cual reflexionaba respecto de los desafíos para el Desarrollo Humano que actualmente plantea nuestro Chile rural y, con desconcierto, constataba al final de la revisión del documento que, pese al dominio conceptual de los expertos, en cuanto a los nuevos escenarios y actores de la ruralidad, se trata de una realidad sin un diagnóstico acabado, con actuales condicionantes demasiado complejas y cambiantes en que es imposible sistematizar fórmulas unívocas, exclusivas y excluyentes.
Es que en esta nueva ruralidad –o el mundo de las subjetividades-, ha quedado de manifiesto la incapacidad de respuestas de las políticas y estrategias públicas ante el “problema” rural, validando por lo tanto la búsqueda de alternativas desarrollo y donde emerge como una visión atenuante la política de Desarrollo Territorial Rural, incorporando líneas de acción interdisciplinarias, descentralizadoras y de planificación participativa.
Escenario de heterogeneidades
La globalización y el desarrollo científico-tecnológico, los cambios de las reglas del juego económico, de la estructura y dinámica del empleo rural, y de los procesos de descentralización, constituyen parte de las condicionantes estructurales que hoy presenta el sector rural.
Lo anterior ha incidido en una mayor transformación de las culturas rurales. En Chile, y en Latinoamérica en general, se observa el impacto del predominio de los sectores urbanos, con lo cual se ha debilitado las fronteras entre lo rural y urbano, homogeneizando patrones de vida, especialmente en las generaciones más jóvenes. También el nuevo escenario se ve influido por la incorporación masiva de las mujeres rurales al mundo del trabajo extraparcelario, lo cual ha modificado las relaciones intrafamiliares y los tradicionales roles de género, como la reproducción cultural. Se suma además el impacto de los medios de comunicación de masas que han auspiciado la tendencia a eliminar los límites identitarios.
Definitivamente, al hablar de población rural ya no podemos remitirnos a la vieja concepción de la familia campesina dedicada a las labores agropecuarias. La nueva ruralidad reconoce a campesinos, mineros, pescadores, grupos étnicos, artesanos, empresarios agrícolas y obreros agrícolas, y asalariados del sector servicios, incorporándose la variable de equidad de género. Vale añadir en este último punto las actuales estadísticas internacionales que indican que la cifra de mujeres rurales, en su mayoría agricultoras, es de más de 1.6 billones en el planeta, más de un cuarto de la población mundial. Ellas sólo tienen la propiedad del 2 % de la tierra y reciben el 1% de créditos destinados a la agricultura. El número de mujeres rurales que viven en la pobreza se ha doblado desde 1970.
Estamos entonces frente a un mundo de subjetividades, siendo una dimensión relevante para el diseño de las políticas y estrategias de desarrollo. “No puede haber un verdadero y eficiente desarrollo sin la incorporación de las subjetividades, no sólo las de los individuos, sino también las de las organizaciones, actores y sujetos sociales”.[1]
En este proceso resulta entonces indispensable reconocer la heterogeneidad de los territorios, los pobladores y las actividades económicas para diseñar estrategias de desarrollo rural que tiendan al logro de las transformaciones sociales incluyentes. Una heterogeneidad que requiere tratamientos diferenciados y no de la aplicación de un solo modelo de desarrollo rural, sin importar las diferencias.
Desarrollo Territorial Rural, un nuevo enfoque
La escasa relevancia que alcanzan los enfoque tradicionales frente a la magnitud de esta nueva ruralidad obliga al análisis y adopción de visiones alternativas y diferencias para enfrentar este fenómeno heterogéneo, en que debe responderse a factores como una pobreza multidimensional, a un carácter multiactivo de las unidades familiares rurales y a las debilidades de los mercados frecuentes, que afecta a los pequeños y medianos productores y empresarios, y también a los pobres.
El grado de insatisfacción de los resultados alcanzados hasta acá ha dado pie al acercamiento a una perspectiva territorial. Bajo este enfoque, Schejtman y Berdegué[2] establecen un “mapa de ruta”, una serie de criterios para el diseño de estrategias y políticas que contribuyan a la superación de la pobreza rural, con base en el Desarrollo Territorial Rural, proceso que se sustenta en dos ejes indispensables: la transformación productiva y la transformación institucional de un espacio rural determinado.
Son conceptos que se plantean con una perspectiva sistémica (distinto al tradicional), en que se redefine el espacio rural, ahora más allá de lo agrícola (el ingreso familiar en forma creciente no se origina en esta fuente), sino comprendido como territorios heterogéneos, y del mismo modo el reconocimiento e inclusión de expresiones de ruralidad en áreas urbanas.
Por lo tanto, este mapa de ruta es una invitación a una apertura a un desarrollo territorial más justo y equilibrado, donde lo rural y lo urbano se articula a partir de los aportes específicos en materia de conocimiento, trabajo y participación de las comunidades.
Respecto que el DTR requiere de una transformación productiva e institucional, abordados en forma simultánea desde el origen del proceso, se considera que la transformación del componente productivo debería generar como resultado mejoras de los ingresos de la población; en tanto el institucional, reportaría un aumento de la capacidad de crear alianzas estratégicas entre agentes económicos y actores sociales, minimizando las debilidades institucionales (discriminación cultural, las desigualdades de acceso a la educación y la información, el clientelismo y la corrupción, entre otras), que obstaculizan los lazos de confianza y reciprocidad, siendo la base de las iniciativas de cooperación entre los diversos agentes del área rural.
Cobra también importancia la acción colectiva (para el desarrollo de una sociedad más justa e incluyente), como respuesta a las necesidades individuales y sociales, y sustentada en la construcción de capital humano y capital social, así como en las redes de solidaridad y cooperación.
Así, la definición y el proceso de gestión de la inversión pública y la producción de bienes públicos está altamente ligada al desarrollo, madurez y transformación institucional -tanto pública como privada- y esto actúa claramente a favor de la competitividad y la sostenibilidad de las transformaciones productivas.
Pese a que el DTR es un enfoque en construcción, se trata de una perspectiva interesante para abordar el complejo panorama de la globalización y la crisis de la agricultura, reconociendo los factores exógenos y endógenos que han afectado su evolución.
Microplanificación para el Desarrollo Territorial Rural Local
Ante la presencia de estas heterogeneidades o subjetividades que hoy definen el mundo rural, y contando como aliado al enfoque del Desarrollo Territorial Rural, surge la necesidad de identificar mecanismos que respondan con pertinencia a las demandas de desarrollo de los territorios locales.
Es en este marco donde la planificación emerge como una disciplina que auspicia los intentos de modificar la evolución natural de una situación, hacia una que aparece más deseable que aquella que se produciría en el caso de no intervenir.
Una de las formas de realizar esta disciplina es la planificación estratégica, instrumento que facilita la elección de las acciones y la identificación de los actores claves para lograr los cambios deseados. Además de ayudar a priorizar los recursos en un escenario en que la mayor parte de las veces, son escasos. [3]
Frente a lo que se ha insistido a lo largo de este informe, respecto de las heterogeneidades que coexisten actualmente en el mundo rural, y de la imposibilidad de impulsar un desarrollo verdadero si no se incorpora aquellas subjetividades, es elemental partir por la revisión de las políticas la gestión pública local, entendiéndola como –en muchas ocasiones- única expresión del Estado en los territorios comunales rurales.
Los municipios como promotores del desarrollo local tienen la gran responsabilidad de otorgar las primeras respuestas a este nuevo fenómeno que experimenta la ruralidad y sus propias subjetividades internas.
Un instrumento de diagnóstico y orientador de líneas de acción que favorezcan una mayor pertinencia de las respuestas públicas locales estaría en la microplanificación estratégica. Este es un proceso que se desarrolla teniendo como base a la comunidad, orientada a identificar necesidades y potencialidades de esas comunidades de modo participativo y rápido, con el propósito de focalizar las inversiones y promover el desarrollo local. En el caso en análisis se trataría de la incorporación de los territorios que compartan ciertas subjetividades dentro del gran escenario de la ruralidad. Una acción en que debería estar garantizada, indispensablemente, la participación ciudadana, de manera de validar procesos más democráticos, y en los cuales se promueva un mayor empoderamiento social de los cambios que se planifica desarrollar en un territorio en particular.
Diferentes realidades territoriales y de desarrollo de los actores sociales demandan planteamientos e intervenciones públicas también diferenciadas. En todos los casos debe existir coherencia entre los objetivos de los distintos niveles de políticas y los instrumentos propuestos para lograrlos.
Por otra parte, el enfoque territorial supone una forma particular de organización de los procesos de desarrollo. En esencia se trata de lograr una gestión más eficiente de parte de cada uno de los agentes involucrados en un espacio dado, mediante la construcción de sinergias, enlaces, formas comunicativas, alianzas y solidaridades.
Aunque la microplanificación no signifique una solución absolutamente determinante de corrección de los desequilibrios del desarrollo, este ejercicio surge como una iniciativa que permitiría identificar de manera más real las demandas de aquellas “subjetividades“ ya expuestas en este informe, y promover y aplicar estrategias de desarrollo incluyentes, con procesos de tratamiento de un “problema” en que se acoge y respeta las diferencias.
BIBLIOGRAFÍA
1. Chile Rural, Un desafío para el Desarrollo Humano. PNUD Chile, 2006.
2. Leiva, Víctor. Conceptos de Planificación para la Gestión Regional – Local. Documento de Trabajo. 2005. Documento Diplomado Virtual Latinoamericano en Descentralización y Desarrollo Local-Regional, U. Alberto Hurtado, 2006.
3. Schejtman y Berdegué. Desarrollo Territorial Rural. RIMISP, 2004.
[1] Arturo Barrera, Subsecretario de Agricultura, en “Chile Rural, Un desafío para el Desarrollo Humano”. PNUD Chile, 2006.
[2] Schejtman y Berdegué. Desarrollo Territorial Rural. RIMISP, 2004.
[3] Víctor Leiva en Conceptos de Planificación para la Gestión Regional – Local. Documento de Trabajo. 2005.
Es que en esta nueva ruralidad –o el mundo de las subjetividades-, ha quedado de manifiesto la incapacidad de respuestas de las políticas y estrategias públicas ante el “problema” rural, validando por lo tanto la búsqueda de alternativas desarrollo y donde emerge como una visión atenuante la política de Desarrollo Territorial Rural, incorporando líneas de acción interdisciplinarias, descentralizadoras y de planificación participativa.
Escenario de heterogeneidades
La globalización y el desarrollo científico-tecnológico, los cambios de las reglas del juego económico, de la estructura y dinámica del empleo rural, y de los procesos de descentralización, constituyen parte de las condicionantes estructurales que hoy presenta el sector rural.
Lo anterior ha incidido en una mayor transformación de las culturas rurales. En Chile, y en Latinoamérica en general, se observa el impacto del predominio de los sectores urbanos, con lo cual se ha debilitado las fronteras entre lo rural y urbano, homogeneizando patrones de vida, especialmente en las generaciones más jóvenes. También el nuevo escenario se ve influido por la incorporación masiva de las mujeres rurales al mundo del trabajo extraparcelario, lo cual ha modificado las relaciones intrafamiliares y los tradicionales roles de género, como la reproducción cultural. Se suma además el impacto de los medios de comunicación de masas que han auspiciado la tendencia a eliminar los límites identitarios.
Definitivamente, al hablar de población rural ya no podemos remitirnos a la vieja concepción de la familia campesina dedicada a las labores agropecuarias. La nueva ruralidad reconoce a campesinos, mineros, pescadores, grupos étnicos, artesanos, empresarios agrícolas y obreros agrícolas, y asalariados del sector servicios, incorporándose la variable de equidad de género. Vale añadir en este último punto las actuales estadísticas internacionales que indican que la cifra de mujeres rurales, en su mayoría agricultoras, es de más de 1.6 billones en el planeta, más de un cuarto de la población mundial. Ellas sólo tienen la propiedad del 2 % de la tierra y reciben el 1% de créditos destinados a la agricultura. El número de mujeres rurales que viven en la pobreza se ha doblado desde 1970.
Estamos entonces frente a un mundo de subjetividades, siendo una dimensión relevante para el diseño de las políticas y estrategias de desarrollo. “No puede haber un verdadero y eficiente desarrollo sin la incorporación de las subjetividades, no sólo las de los individuos, sino también las de las organizaciones, actores y sujetos sociales”.[1]
En este proceso resulta entonces indispensable reconocer la heterogeneidad de los territorios, los pobladores y las actividades económicas para diseñar estrategias de desarrollo rural que tiendan al logro de las transformaciones sociales incluyentes. Una heterogeneidad que requiere tratamientos diferenciados y no de la aplicación de un solo modelo de desarrollo rural, sin importar las diferencias.
Desarrollo Territorial Rural, un nuevo enfoque
La escasa relevancia que alcanzan los enfoque tradicionales frente a la magnitud de esta nueva ruralidad obliga al análisis y adopción de visiones alternativas y diferencias para enfrentar este fenómeno heterogéneo, en que debe responderse a factores como una pobreza multidimensional, a un carácter multiactivo de las unidades familiares rurales y a las debilidades de los mercados frecuentes, que afecta a los pequeños y medianos productores y empresarios, y también a los pobres.
El grado de insatisfacción de los resultados alcanzados hasta acá ha dado pie al acercamiento a una perspectiva territorial. Bajo este enfoque, Schejtman y Berdegué[2] establecen un “mapa de ruta”, una serie de criterios para el diseño de estrategias y políticas que contribuyan a la superación de la pobreza rural, con base en el Desarrollo Territorial Rural, proceso que se sustenta en dos ejes indispensables: la transformación productiva y la transformación institucional de un espacio rural determinado.
Son conceptos que se plantean con una perspectiva sistémica (distinto al tradicional), en que se redefine el espacio rural, ahora más allá de lo agrícola (el ingreso familiar en forma creciente no se origina en esta fuente), sino comprendido como territorios heterogéneos, y del mismo modo el reconocimiento e inclusión de expresiones de ruralidad en áreas urbanas.
Por lo tanto, este mapa de ruta es una invitación a una apertura a un desarrollo territorial más justo y equilibrado, donde lo rural y lo urbano se articula a partir de los aportes específicos en materia de conocimiento, trabajo y participación de las comunidades.
Respecto que el DTR requiere de una transformación productiva e institucional, abordados en forma simultánea desde el origen del proceso, se considera que la transformación del componente productivo debería generar como resultado mejoras de los ingresos de la población; en tanto el institucional, reportaría un aumento de la capacidad de crear alianzas estratégicas entre agentes económicos y actores sociales, minimizando las debilidades institucionales (discriminación cultural, las desigualdades de acceso a la educación y la información, el clientelismo y la corrupción, entre otras), que obstaculizan los lazos de confianza y reciprocidad, siendo la base de las iniciativas de cooperación entre los diversos agentes del área rural.
Cobra también importancia la acción colectiva (para el desarrollo de una sociedad más justa e incluyente), como respuesta a las necesidades individuales y sociales, y sustentada en la construcción de capital humano y capital social, así como en las redes de solidaridad y cooperación.
Así, la definición y el proceso de gestión de la inversión pública y la producción de bienes públicos está altamente ligada al desarrollo, madurez y transformación institucional -tanto pública como privada- y esto actúa claramente a favor de la competitividad y la sostenibilidad de las transformaciones productivas.
Pese a que el DTR es un enfoque en construcción, se trata de una perspectiva interesante para abordar el complejo panorama de la globalización y la crisis de la agricultura, reconociendo los factores exógenos y endógenos que han afectado su evolución.
Microplanificación para el Desarrollo Territorial Rural Local
Ante la presencia de estas heterogeneidades o subjetividades que hoy definen el mundo rural, y contando como aliado al enfoque del Desarrollo Territorial Rural, surge la necesidad de identificar mecanismos que respondan con pertinencia a las demandas de desarrollo de los territorios locales.
Es en este marco donde la planificación emerge como una disciplina que auspicia los intentos de modificar la evolución natural de una situación, hacia una que aparece más deseable que aquella que se produciría en el caso de no intervenir.
Una de las formas de realizar esta disciplina es la planificación estratégica, instrumento que facilita la elección de las acciones y la identificación de los actores claves para lograr los cambios deseados. Además de ayudar a priorizar los recursos en un escenario en que la mayor parte de las veces, son escasos. [3]
Frente a lo que se ha insistido a lo largo de este informe, respecto de las heterogeneidades que coexisten actualmente en el mundo rural, y de la imposibilidad de impulsar un desarrollo verdadero si no se incorpora aquellas subjetividades, es elemental partir por la revisión de las políticas la gestión pública local, entendiéndola como –en muchas ocasiones- única expresión del Estado en los territorios comunales rurales.
Los municipios como promotores del desarrollo local tienen la gran responsabilidad de otorgar las primeras respuestas a este nuevo fenómeno que experimenta la ruralidad y sus propias subjetividades internas.
Un instrumento de diagnóstico y orientador de líneas de acción que favorezcan una mayor pertinencia de las respuestas públicas locales estaría en la microplanificación estratégica. Este es un proceso que se desarrolla teniendo como base a la comunidad, orientada a identificar necesidades y potencialidades de esas comunidades de modo participativo y rápido, con el propósito de focalizar las inversiones y promover el desarrollo local. En el caso en análisis se trataría de la incorporación de los territorios que compartan ciertas subjetividades dentro del gran escenario de la ruralidad. Una acción en que debería estar garantizada, indispensablemente, la participación ciudadana, de manera de validar procesos más democráticos, y en los cuales se promueva un mayor empoderamiento social de los cambios que se planifica desarrollar en un territorio en particular.
Diferentes realidades territoriales y de desarrollo de los actores sociales demandan planteamientos e intervenciones públicas también diferenciadas. En todos los casos debe existir coherencia entre los objetivos de los distintos niveles de políticas y los instrumentos propuestos para lograrlos.
Por otra parte, el enfoque territorial supone una forma particular de organización de los procesos de desarrollo. En esencia se trata de lograr una gestión más eficiente de parte de cada uno de los agentes involucrados en un espacio dado, mediante la construcción de sinergias, enlaces, formas comunicativas, alianzas y solidaridades.
Aunque la microplanificación no signifique una solución absolutamente determinante de corrección de los desequilibrios del desarrollo, este ejercicio surge como una iniciativa que permitiría identificar de manera más real las demandas de aquellas “subjetividades“ ya expuestas en este informe, y promover y aplicar estrategias de desarrollo incluyentes, con procesos de tratamiento de un “problema” en que se acoge y respeta las diferencias.
BIBLIOGRAFÍA
1. Chile Rural, Un desafío para el Desarrollo Humano. PNUD Chile, 2006.
2. Leiva, Víctor. Conceptos de Planificación para la Gestión Regional – Local. Documento de Trabajo. 2005. Documento Diplomado Virtual Latinoamericano en Descentralización y Desarrollo Local-Regional, U. Alberto Hurtado, 2006.
3. Schejtman y Berdegué. Desarrollo Territorial Rural. RIMISP, 2004.
[1] Arturo Barrera, Subsecretario de Agricultura, en “Chile Rural, Un desafío para el Desarrollo Humano”. PNUD Chile, 2006.
[2] Schejtman y Berdegué. Desarrollo Territorial Rural. RIMISP, 2004.
[3] Víctor Leiva en Conceptos de Planificación para la Gestión Regional – Local. Documento de Trabajo. 2005.
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